Se dice que Marrakech despierta todos los sentidos. Ya sea al contemplar el intrincado trabajo en azulejos zellige; al oler las distintas especias que se venden en los zocos; al escuchar el llamado a la oración que emana de las mezquitas cercanas; al tocar el cuero suave con el que se elaboran las babuchas (sandalias de cuero); o al saborear un tagine lleno de sabor, Marrakech nunca deja de emocionar. Ubicada justo al oeste de las montañas del Atlas, la ciudad ha estado habitada por agricultores bereberes durante siglos. Ha sido apodada la “Ciudad Ocre” por la abundancia de edificios de arenisca roja y los muros rojos que ahora encierran la Medina, hogar de Jemaa el-Fnaa, una de las plazas más concurridas de África.
